Usted habla del poder sagrado de la mujer como transmisora de vida. ¿Qué lugar le otorga en esta sociedad y en este momento histórico particular?
–Hoy tenemos la gran oportunidad de dejar de conectarnos solo con el aspecto de la diosa, esta cosa arquetípica, para reconectarnos con nuestro femenino desde el punto de vista de reconocer nuestro valor y pureza esencial; respetar la vida que podamos traer, respetar la tierra y lo que nos rodea, porque todo es parte de la creación. Es importante, como mujeres, poder reconocer el aspecto sagrado en lo femenino, y que los hombres también puedan reconocer lo femenino que hay en ellos. El femenino que está apareciendo es parecido al de la época de la Gran Madre, interpretado como la diosa. Pero no es el que se necesita, porque es un femenino que vuelve a lo inconsciente, a lo totalmente físico y vago.
¿Cuál sería ese otro “femenino” o creación nueva que menciona?
–Tenemos que buscar un femenino que sea capaz de contener la diferenciación, una creación nueva, un femenino en el que vuelve a valorarse la pureza esencial que tiene el femenino por su capacidad de contener el espíritu de vida. En el catolicismo lo vemos en el nacimiento de Jesús, que simboliza la luz del mundo. ¿Y en qué viene? En un vientre virgen. La mujer es pura porque es capaz de recibir algo tan sagrado como el espíritu. En este sentido nuestros hijos también son una creación sagrada.
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