El liberalismo es un bloque que debe ser tomado en su conjunto, aunque puede dividirse en varios planos: filosófico, económico, político y social. El liberalismo filosófico se fundamenta sobre un postulado antropológico erróneo: contrariamente a lo que mostró Aristóteles, los liberales parten del principio de que el hombre no es, por naturaleza, un animal social. La sociedad sería algo extraño para él. Para ellos, el individuo preexiste a los cuerpos y grupos sociales y se considera la única fuente de los valores que ha elegido. Así, se sitúa en el campo de la metafísica de la subjetividad. La sociedad no sería entonces sino la estricta suma de las partes que lo componen, a diferencia de la visión holística en la que el todo es mayor que la suma de las partes. Es el error de la antropología liberal “individualista”.
Consecuencia del supremo individualismo reinante, el interés individual debe ser constantemente maximizado. Para el liberalismo, en su dimensión económica (o anarcocapitalismo), el hombre no es un animal social, sino un homo œconomicus. El individuo se reencontraría así en una sociedad en la que busca su propio interés. Según Hobbes, ese interés consiste en “la guerra de todos contra todos”. Para Locke, este interés se caracteriza por la defensa de la propiedad privada. Los individuos, por lo tanto, se desprenden de algunas de sus prerrogativas para formalizar un contrato social entre ellos (el de Rousseau, por ejemplo). Por tanto, la sociedad no sería, para los liberales, más que un medio para defender sus propios intereses, y no un medio para concurrir juntos por el “bien común”.
El liberalismo es, pues, una concepción errónea de la libertad. Para los “antiguos” (o clásicos), la libertad se concibe como la capacidad de hacer, es decir de participar en la vida pública. Para los “modernos”, el individuo es libre de hacer o no hacer, en función de su interés. Por lo tanto, puede desprenderse –o desolidarizarse–, en cualquier momento, del grupo, si entiende que no es beneficiado. La libertad para participar en la búsqueda del “bien común” desaparece en favor del autogobierno y la autonomía del individuo. Adam Smith intentó demostrar lo contrario, que los liberales estaban preocupados por los intereses del grupo, al que contribuían indirectamente «Mientras los individuos sólo buscan su interés personal, ello a menudo funciona de una manera mucho más eficiente para el interés de la sociedad, como si realmente trabajaran para ella». En esta visión del mundo “el egoísmo es el altruismo”.
La sociedad, pues, se rige por las fuerzas del mercado (oferta y demanda) y su sacrosanta “mano invisible”. La competencia pura y perfecta es la clave. El laissez-faire (dejad hacer), que se transforma muy rápidamente en laissez-passer (dejad pasar), es el lema de la visión liberal. Así, la circulación de bienes, personas y capitales no debe sufrir ningún obstáculo. Las fronteras deben ser abolidas y el concepto de nacionalidad desaparece en favor de una ciudadanía universal. Todos los individuos devienen en seres cosmopolitas, desarraigados, intercambiables. Adam Smith resume esto simplemente: un comerciante no tiene nacionalidad, su patria cambia en función del lugar donde obtiene su beneficio. El liberalismo ha recorrido un trayecto que nos ha llevado desde la “economía con mercado” a la “economía de mercado”, hasta acabar en una “sociedad de mercado”, mientras que las comunidades tradicionales aspiraban a una “sociedad con mercado”. El Mercado es el nuevo Dios del capitalismo.
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