Grandes figuras de la mística cristiana
Índice
1 Figuras de la mística en el cristianismo antíguo
2 Figuras de la mística en la Edad Media
3 Figuras de la mística en la época moderna
4 Figuras de la mística en la época contemporanea
5 Referencias Bibliográficas
La historia del Cristianismo, que ya lleva más de veinte siglos, presenta una inmensa riqueza de figuras protagónicas que experimentaron la experiencia mística en sus vidas. Desde los primeros tiempos del Cristianismo, podemos encontrar hombres y mujeres cuyas vidas fueron configuradas por la experiencia de la unión amorosa con el Dios de Jesús Cristo, al cual no dudaron en dar como testimonio –inclusive- sus vidas.
1 Figuras de la mística en el cristianismo antíguo
La palabra mística no se encuentra ni en NT ni en los Padres Apostólicos, sino que aparece por primera vez en el siglo III. Por otra parte, la figura de Jesús presente en los evangelios, sobre todo en los Sinópticos, coincide más con la de un profeta del Reino de Dios que con la de un visionario. Los sinópticos parecen acentuar las condiciones morales y las virtudes que preparan la venida del Reino. La misma “visión de Dios” será atribuída en el Sermón de la Montaña a los “Puros de Corazón”.
Por eso, no son raros los autores que excluyen las experiencias místicas de las fuentes cristianas y explican el surgimiento de la mística a partir del influjo externo, sobre todo la gnosis y el neoplatonismo, tal como sucedió con el judaísmo. En la misma dirección se orientan algunas visiones de la historia de la mística cristiana que oponen una mística psicológica, introspectiva, que se habría desarrollado principalmente a partir de los místicos españoles del siglo XVI. La mística “objetiva”, escriturística, eucarística de los tiempos anteriores. [1]
A diferencia de las otras religiones, el Cristianismo nunca equiparó su ideal de santidad con el alcance de los estados místicos. Ni tampoco estimuló la búsqueda de tales estados por sí mismos. Sin embargo, si vamos a buscar en los orígenes, encontramos allí una experiencia religiosa fuerte, una experiencia mística en definitiva. Fue el impulso místico que innegablemente puso en la picota aquello que inicialmente era visto como un movimiento más adentro de la globalidad sinagogal y que fue ganando dimensiones universales. Ciertamente la profundidad mística del nuevo camino propuesto por Jesús de Nazaret, iluminado por su muerte y resurrección, determinó bastante su desarrollo posterior. [2]
La calidad mística de la vida de Jesús está claramente afirmada en los evangelios, pero – según L. Dupré – es sobre todo en el Cuarto evangelio, escrito tardíamente al final del siglo I que encuentra su plena expresión. [3] … En este Evangelio, las dos principales corrientes del misticismo cristiano tienen su fuente: 1) en la teología de la imagen divina, que llama el cristiano a la conformación (con Cristo, adorado como Dios y a través de él, con Dios) y 2) en la teología que presenta la intimidad con Dios como relación con el amor en términos universales. [4]
Las cartas de Pablo de Tarso – anteriores inclusive al evangelio que testimonia el surgimiento de las primeras comunidades cristianas – desarrollan la idea de la vida en el Espíritu (2 Cor 3,18). El principal don del Espíritu, en el entendimiento de Pablo, consiste en la “gnosis”, aquel “insight” que hace penetrar en el interior del misterio de Cristo y capacita al creyente a entender las escrituras en un sentido más profundo, “revelado”. Este “insight” que se sumerge en el interior del sentido escondido de las escrituras lleva a la interpretación alejandrina del término místico discutido más adelante. [5]
En la Antigüedad clásica, cuando el Cristianismo ya había roto con la sinagoga y hecho sus primeras síntesis con el mundo griego, hubo algunas figuras que se destacaron no solamente por la profundidad de su experiencia mística, sino por la reflexión más cuidada y clara que sobre ella hicieron. Así, también con aquellos que abrieron nuevos continentes de la experiencia espiritual cristiana.
Orígenes es uno de ellos. La figura de la primera grandeza en los primeros siglos de la vida de la Iglesia, compara la vida espiritual al éxodo de los judíos a través del desierto de Egipto. Habiendo dejado atrás los ídolos paganos del vicio, el alma cruza el Mar Rojo en un nuevo bautismo de conversión. Pasa cerca de las aguas amargas de la tentación y las visiones distorsionadas de la utopía hasta que, totalmente limpia e iluminada, alcanza Terán (Terah), el lugar de unión con Dios. Su comentario también presenta la primera teología de la imagen que fue desarrollada: el alma. Es una imagen de Dios porque refugia la imagen primal de Dios que es la Palabra divina. De esta forma, por medio de la cual esta palabra es una imagen del Padre a través de su presencia frente a él, el alma es la imagen a través de la presencia de la palabra que en ella habita, es decir, a través de su (al menos parcial) identidad con ella. Todo este proceso místico consiste en una conversión de la imagen, es decir, en una conversión que Orígenes da al amor y que será el elemento que distinguirá la teología de Orígenes de la filosofía neoplatónica.
Gregorio de Niza (Nissa) y evangelio Póntico tienen una trayectoria derivada de Orígenes. El primero describe la vida mística como un proceso de gnosis iniciado por un Eros divino, que resulta en la planificación del deseo natural del alma para con Dios, de quien ella carga la imagen. Aun cuando familiarizada con Dios desde el inicio, la ascensión mística del alma es un lento y doloroso proceso que termina en un año de conocimiento oscuro – la noche mística del amor. Esa teología de la oscuridad, o “teología negativa” sería desarrollada hasta sus límites extremos por un misterioso sirio que escribió en griego en el siglo sexto y que se presentó a sí mismo como el Dionisio, a quien Pablo convirtió en el Areópago de Atenas. Neoplatónico como ningún otro teólogo cristiano osó ser, él identificó a Dios como el Uno innombrable … A través de la constante negación, el alma ultrapasa el mundo creado, que previene la mente de alcanzar su último destino. La Teología Mística de Dionisio es más estática de lo que introspectiva en su concepto: el alma pide poder alcanzar su vocación de unión con Dios solamente perdiéndose a sí misma en los recesos de la divina super-esencia. Con respecto a eso, él difiere del misticismo occidental, al cual influenció tan profundamente.
El segundo – Evagrio – busca la vida monástica y como tal, su aproximación al desierto se da en etapas. Progresa hasta quedar en completa soledad, dedicado apenas a la contemplación. Para Evagrio, la ascensión espiritual consiste en contemplar a Dios en sí mismo, de modo que se ve a Dios como en un espejo. El camino consiste en desapegarse de los pensamientos apasionados, luego, de los pensamientos simples, hasta llegar al completo nudismo de imágenes y conceptos
De la misma forma, no se puede olvidar la importancia de la mística cristiana oriental. El oriente cristiano fue prodigio en las prácticas importantes que tuvieron su impacto inclusive en Occidente. Como por ejemplo la oración del corazón, la oración de Jesús, el hesicasmo, que tiene su origen en Santo Antão, monje del desierto y padre del monarquismo oriental.
Antão, Dionisio, Máximo el Confesor, Pacomio, Serafín de Sarov, entre otros, son grandes figuras místicas que marcaron la historia del Cristianismo y que mostraron una forma de vivirlo que es mucho más centrada en la espiritualidad de lo que en la reflexión espiritual y en la acción, como algunas veces lo fue la mística occidental.
En el siglo IV, Agustín abre una nueva y decisiva etapa en la mística cristiana. Describió la divina imagen primero en términos psicológicos, usando los términos de las tres potencias del alma – memoria, inteligencia y voluntad – para explicar su percepción de la experiencia de Dios. Dios permanece presente en el alma como origen y como meta suprema. La presencia de Dios en este reino interior invita al alma a volverse hacia adentro y convertir la semejanza estática en una unión estática … El alma irá siendo entonces gradualmente unida a Dios. Hasta hoy, Agustín es considerado el padre de la mística contemplativa que se eleva hacia abismarse en la verdad de Dios y que al mismo tiempo se da en el corazón. Fue alguien que unió genialidad intelectual con las profundidad de una mística intensa.
2 Figuras de la mística en la Edad Media
La Edad Media fue de una riqueza impresionante en término de mística. En el siglo XII, Bernardo de Claraval, siendo muy joven, decide ser monje de la Orden de los Cistercienses –un nuevo ramo de la Antigua Orden de San Benito (los benedictinos). Contemporáneo de Pedro Abelardo (1079-1142). Nutre su formación en la Biblia y en los Padres de la Iglesia. Para Bernardo, la adquisición de los elementos de la doctrina cristiana no debía suceder racionalmente, por medio del método dialéctico, sino a través de una experiencia inmediata con Dios, es decir, por medio del método dialéctico, pero a través de una experiencia inmediata con Dios por medio de una experiencia mística. La experiencia de Bernardo no fue desarrollada en los tratados, ella se desplaza por los sermones. Se trata de un misticismo de amor, que tiene en el Cantar de los Cantares la fuente inagotable que irriga su teología y que está combinada con el lenguaje poético en el cual formula su pensamiento. La experiencia mística para Bernardo de Claraval es, por lo tanto, la unión amorosa entre el alma y Dios.